| No puede existir la llamada "neutralidad" ante un enemigo como el estado colombiano, sostiene el autor de este importante documento. | 
“No puede observarse la lucha de clases a través de los vitrales de una catedral, ni a través de las leyes de los capitalistas”
(William “Big Bill” Haywood, 1910)
“Chen Gen Kat Pat, Men Se Yon Sel Wout Li Fe”
(El perro tiene cuatro patas, pero puede ir sólo en una dirección. Proverbio haitiano)
 Sin lugar a dudas que la afirmación de Marx de que “Todo lo sólido se desvanece en el aire”   cae como anillo al dedo al régimen presidido por Juan Manuel Santos,   que hace un año parecía casi inexpugnable, la maquinaria de consenso más   impresionante que había vivido Colombia desde la instauración del   Frente Nacional en 1958. Hoy, el santismo está acosado por las múltiples   crisis del sistema de salud y educativo, por fuertes diferencias en su   seno que han resquebrajado la Unidad Nacional, por el descrédito   generalizado de las instituciones y una falta de credibilidad ante una   población frustrada a la cual se le prometió mucho, sin que ninguna de   las propuestas demagógicas hayan sido hasta ahora implementadas de modo   sustancial. Ni en el campo de la restitución de tierras, ni en el campo   de las víctimas, ni en el campo de la paz, ni mucho menos en el campo  de  la “prosperidad” el gobierno ha cumplido en lo más mínimo. El   régimen ha comenzado a enfrentar un desgaste generalizado, a la par que   el ciclo de luchas populares abierto a finales del 2008, ha seguido   acumulando fuerzas: dos victorias para el campo popular, como son la   derrota de la reforma al sistema educativo a fines del año pasado, y la   derrota a la reforma a la justicia por una ola de indignación ciudadana   hace apenas unas semanas, son prueba de ello. A su vez, el fracaso de  la  Marcha Guerrerista de Diciembre del 2011, con la cual se pretendía   alinear el consenso de la población en torno al escalamiento del   conflicto, sonprueba del creciente agotamiento de la Unidad Nacional   como fórmula de gobierno. La actual agitación en el Cauca plantea otro   escenario importante de la crisis que enfrenta el régimen santista.
Sin lugar a dudas que la afirmación de Marx de que “Todo lo sólido se desvanece en el aire”   cae como anillo al dedo al régimen presidido por Juan Manuel Santos,   que hace un año parecía casi inexpugnable, la maquinaria de consenso más   impresionante que había vivido Colombia desde la instauración del   Frente Nacional en 1958. Hoy, el santismo está acosado por las múltiples   crisis del sistema de salud y educativo, por fuertes diferencias en su   seno que han resquebrajado la Unidad Nacional, por el descrédito   generalizado de las instituciones y una falta de credibilidad ante una   población frustrada a la cual se le prometió mucho, sin que ninguna de   las propuestas demagógicas hayan sido hasta ahora implementadas de modo   sustancial. Ni en el campo de la restitución de tierras, ni en el campo   de las víctimas, ni en el campo de la paz, ni mucho menos en el campo  de  la “prosperidad” el gobierno ha cumplido en lo más mínimo. El   régimen ha comenzado a enfrentar un desgaste generalizado, a la par que   el ciclo de luchas populares abierto a finales del 2008, ha seguido   acumulando fuerzas: dos victorias para el campo popular, como son la   derrota de la reforma al sistema educativo a fines del año pasado, y la   derrota a la reforma a la justicia por una ola de indignación ciudadana   hace apenas unas semanas, son prueba de ello. A su vez, el fracaso de  la  Marcha Guerrerista de Diciembre del 2011, con la cual se pretendía   alinear el consenso de la población en torno al escalamiento del   conflicto, sonprueba del creciente agotamiento de la Unidad Nacional   como fórmula de gobierno. La actual agitación en el Cauca plantea otro   escenario importante de la crisis que enfrenta el régimen santista.
La realidad del conflicto en el Cauca
Con el asesinato del comandante fariano Alfonso Cano, en Chirriadero, Norte del Cauca, en Noviembre del 2011[1],   la oligarquía pensó que “el fin del fin” estaría cerca, que el Cauca  se  “pacificaría” y que la guerrilla, desmoralizada, se desmovilizaría a   raudales. En realidad nada de eso ocurrió, y antes bien, una victoria   militar del régimen se convirtió en una derrota política, pues  pareciera  que, como han afirmado varios guerrilleros, la muerte de su  máximo  comandante reforzó su moral y convicción. Tal pareciera ser la   conclusión lógica que se desprende del escalamiento del conflicto en el   Cauca, particularmente en el Norte y en el Oriente del Departamento[2].   Desde comienzos de Julio, ha habido una seguidilla de hostigamientos y   enfrentamientos en toda la zona del Norte del Cauca: Toribío, Jambaló,   Caloto, Corinto, Argelia. Un comunicado de la Columna Jacobo Arenas de   las FARC-EP, fechado el 12 de Julio, plantea que en los pasados 12  días  desarrollaron 32 acciones militares en el Norte del Cauca[3],   lo cual demuestra la renovada capacidad de acción de la insurgencia y   la eficiencia político-militar de la estructura adelantada por Alfonso   Cano antes de su asesinato. La estrategia insurgente en el Cauca, que  se  extiende por todo el país y es parte de las orientaciones del   movimiento guerrillero desde el 2009, se basa en la “utilización de   los accidentes geográficos para sorprender al enemigo, el camuflaje en   todas sus formas imaginables y el ataque permanente como mejor   estrategia defensiva han permitido a los insurgentes mantener una   iniciativa feroz en la región. Como repiten una y otra vez los   generales, son grupos muy pequeños que hostigan día y noche a la tropa   (…) El impacto sobre la moral de los soldados es evidente, hasta el   punto que se refieren a la región como “el infierno caucano”. Para todo   el mundo está claro que las FARC han hecho del Cauca su nueva   Marquetalia.”[4]
Pero   la insurgencia ha logrado combinar hábilmente estos pequeños   destacamentos guerrilleros (las Unidades Tácticas de Combate)   conocedores del terreno y que cuentan con la confianza de un sector   importante de la población, para enfrentar fuerzas concentradas muy   superiores[5]. Como lo relata un reportaje de Semana, describiendo un combate en Toribío:
“No   fue el típico hostigamiento de dos o tres milicianos de civil que   disparan un tiro o lanzan una pipeta y se camuflan en una casa. Fue un   ataque protagonizado por grupos de guerrilleros uniformados que la   fuerza pública no pudo repeler por tres días, “con 15 puntos de fuego”   contra el pueblo desde los cerros cercanos, según lo describió un   oficial. Al menos uno de esos grupos, según los pobladores del lugar y   varios militares que lo combatieron, tenía 30 integrantes.”[6]
El   11 de Julio, Santos llegó a Toribío para realizar un consejo de   Ministros en el cual anunció que no se desmilitarizaría ni un solo   centímetro del Cauca[7], afirmando   además  que el Estado tenía el control del Departamento. Como telón de   fondo, se escuchaban ráfagas de la insurgencia y caía derribado un  avión  Super Tucano en el Plateado, en Jambaló. Si bien el gobierno  desmiente  que haya sido derribado por la insurgencia, las FARC-EP no  solamente  afirman haberlo derribado sino que revelaron videos de  pruebas de  misiles tierra-aire artesanales, de elaboración autóctona,  realizados en  el Municipio de Suárez, Cauca, a finales del pasado año[8].   No es necesario insistir en la importancia que la elaboración de estos   misiles tendría para el destino militar de la guerra en Colombia, dado   que la estrategia militar del Estado se ha sustentado, desde los  inicios  del Plan Colombia, en la superioridad militar otorgada por el  poderío  de fuego aéreo[9]. 
El   presidente llegó, rodeado de 70 cortesanos, en un helicóptero, porque   todas las rutas de acceso estaban en manos de la insurgencia, que   instaló varios retenes desde los cuales algunos comandantes farianos   adelantaron improvisadas conferencias de prensa con los reporteros que   se aventuraban por los caminos y decían a quienes pasaban en vehículos,   luego de chequearlos “Díganle al presidente que para llegar a Toribío tuvieron que pasar por un retén del frente sexto de las Farc”[10]. Claramente, el control de la situación era una fantasía imposible de sostener.
Indignación Indígena
El   consejo de Ministros de Santos en Toribío fue una clara muestra del   autismo tradicional de la clase dominante colombiana, que viajó a una   comunidad rural, alejada, para reunirse solamente entre ellos, entre   gente que no tenía necesidad de viajar al Cauca ya que podrían   perfectamente haberse reunido en Bogotá. Al movimiento indígena y a los   campesinos se les ignoró completamente. Es por ello que los indígenas y   la mayoría de la población en lugar de sumarse a un circo en el cual   solamente podían ser espectadores, prefirieron manifestarse con una   pared de abucheos contra la cual se estrelló el “país político”.   Denunciaron el hecho de que nadie mandó llamar a Santos y que éste no   les consultó nada.
En   una línea tan propia de lo que ha sido la política social del  santismo,  es decir, sin ninguna consulta a las comunidades sobre sus  necesidades y  sin tener en cuenta en absoluto sus demandas, el  mandatario anunció un  programa de inversión de $500.000.000.000 (unos  278 millones de  dólares); sobre este programa, las propias  organizaciones indígenas se  han mostrado reacias a creer en palabras  hermosas que rara vez se  traducen en realidad, temiendo que de esta  inversión nada terminará en  manos de los campesinos ni de los  indígenas, sino que estará al servicio  de las locomotoras del Plan de  Desarrollo Nacional, fundamentalmente de  la expansión de los  agronegocios y de las actividades  minero-extractivas. A la vez, se  sigue aumentando el pie de fuerza y la  militarización de la región[11].   El mismo nombre dado por Santos al programa, “Plan Cauca”, revela que   está diseñado desde una perspectiva más militar que otra cosa (o   cívico-militar, como se dice en la jerga del poder).
La   indignación indígena pronto se tradujo en una masiva movilización en   contra de tropas de la Tercera Brigada del Ejército acantonadas en el   Cerro Berlín, en Toribío[12].   Esta movilización fue parte de un ultimátum que ya habían dado los   indígenas para que los soldados se retirasen de un sitio que   consideraban sagrado, y se sumó a las acciones que ya antes se habían   desarrollado en el Norte del Cauca, en la vereda de Monterredondo en   Miranda, contra la base militar de Tres Cruces, que se planea instalar   en esa zona. Allí, miles de campesinos e indígenas desde el 8 de Junio   vienen ocupando los predios destinados a servir a la Brigada Móvil No.   28 de la Tarea Conjunta Apolo, fuerza contrainsurgente de élite que   opera en la región[13].   En una clara muestra de las posibilidades de resistencia frente al   militarismo por parte de la acción directa de masas de un pueblo   organizado y decidido, el 17 de Julio, 500 guardias indígenas, apoyados   por unos cuatro mil indígenas de las comunidades, lograron expulsar a   100 soldados del Cerro Berlín, sacándolos a la rastra mientras algunos   de ellos lloraban de impotencia como chiquillos al verse sobrepasados,   en una imagen diametralmente opuesta a la tradicional violencia,   prepotencia y agresividad con que se relacionan con las comunidades[14].   Estas imágenes fueron utilizadas hábilmente por los medios  colombianos,  siempre al servicio del militarismo y de la defensa del status quo,   para decretar unilateralmente la “indignación” de todos los  colombianos  “de bien” por la “agresión” contra “su” ejército. Como lo  denunció  amargamente el profesor caucano Fabián Moreno: “Quizás un  Estado de  furor mediático sea el que haya llevado a la prensa  colombiana en  conjunto a registrar con ímpetu la acción de desalojo que  ejerció la  Guardia Indígena contra los militares dispuestos en el  cerro Berlín de  Toribío (Cauca). El Espectador tituló: ‘Desplazados’;  Noticias Caracol  destacó la imagen del sargento Rodrigo García llorando  y al final  concluyó con que ‘los colombianos están indignados’. El  Tiempo, fiel a  su estilo (el de defender el statu quo), realzó en  primera página las  palabras del presidente Santos que se refirió al  hecho con la despótica  frase: ‘Todo tiene un límite’”[15].
La “ley y el orden” se impone con gases y metralla
Que   los soldados no hayan herido a ningún indígena durante su desalojo fue   más una muestra de impotencia e incapacidad de reacción, que de   “grandeza” como quisieron mostrarlo en los medios. Esto fue señalado   claramente por el general Jorge Humberto Jerez, comandante de la Fuerza   de Tarea Conjunta Apolo, quien dijo “Tengo en esta montaña a   suficientes soldados para combatir a la guerrilla, pero para enfrentar a   más de 1.000 indígenas no son suficientes”[16].
La supuesta “agresión” fue desvergonzadamente exagerada como lo denunció el propio gobernador de Toribío: “No   fue confrontación, simplemente fue un forcejeo entre un guardia   indígena con un sargento, principalmente por las palabras. Insultos de   uno y otro lado. Se cometieron errores de pronto en los guardias, al   tratar de presionar para que se salieran rápido. Hubo disparos. El   soldado trató de disparar a los pies, después los otros dispararon.   Algún soldado bulloso decía que nosotros les habíamos disparado primero,   ¿pero con qué armas?”[17].   Sin embargo, los medios mostraron al victimario (Ejército) como   víctimas de la irracionalidad y el salvajismo “propio” de los indios.
Los   medios se encargaron así de preparar anímicamente el terreno para la   retoma del Cerro Berlín el día 18 de Julio por parte de varios cientos   de efectivos del ESMAD que llegaron en helicópteros, disparando balas,   perdigones, arrojando gases y papas bombas. Mientras las guardias   indígenas no hirieron a ningún soldado y los sacaron cargándolos, los   efectivos del ESMAD, sus rostros cubiertos con máscaras anti-gases que   recordaban aterradoras imágenes de la Primera Guerra Mundial, hirieron a   35 indígenas con perdigones, esquirlas, bombas lacrimógenas
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| La guerrillera indígena Marleny. | 
El gobierno está consciente de que esta guerra no se gana sólo con el fusil. Sobre todo hay   ganarse a la población civil. La disputa es, ante todo, por el corazón   del pueblo. Pero la misma guerra sucia, única manera con la cual el   Estado puede enfrentar a la insurgencia, como hemos señalado con   anterioridad, es la que explica por qué esta guerra está perdida de   antemano. Los métodos propios de esta guerra irregular confrontan al   Estado con toda la comunidad, mientras el ejército fomenta el   paramilitarismo como un mecanismo eficaz de contrainsurgencia[23] y se multiplican las violaciones contra las comunidades al por mayor: no se puede ganar la guerra sucia con armas limpias.   Esta es la dialéctica de fondo que explica por qué la estrategia   contrainsurgente del Estado incuba, en sí misma, las semillas de la   derrota y es la causa real de la desmoralización creciente del Ejército[24].   Esta desmoralización de las tropas del Estado es más clara en el Cauca   que en ninguna otra parte de Colombia. Como dice de manera gráfica un   artículo de opinión: “Hay mucho de humillación en que los soldados   tengan que hacer sus necesidades en las mismas trincheras donde duermen y   comen por físico miedo a los hostigamientos, o que frente a las  cámaras  afirmen que no pueden caminar de día porque la guerrilla les  dispara de  todos lados. O que lloren como niños pequeños cuando  confirman que el  pueblo al que dicen defender los odia con furia”.[25]
Piden respeto y les dan plomo
Juan   Manuel Santos, haciendo oídos sordos a las demandas indígenas, ha  dicho  que no cederán en la militarización del Cauca: lo dijo en Toribío  el 12  de Julio y lo repitió en Popayán el 18 de Julio: “La presencia de militares y policías en cualquier lugar del país no es negociable. No podemos ceder un milímetro”[26].   A contravía de la demanda de autonomía, de desmilitarización, de   respeto a las comunidades, Santos ha ofrecido profundizar la guerra,   mediante la implementación en la región del Comando Conjunto del   Suroccidente, con 5.000 hombres del Ejército, Fuerza Aérea y Armada, al   mando del general Leonardo Barrero[27],   relevando así la comandancia de la III Brigada del Ejército que hasta   entonces lideraba las operaciones contrainsurgentes en la región bajo  el  mando del general Miguel Pérez[28].   Esto de la mano de una fuerte campaña de criminalización del  movimiento  indígena, al cual no solamente se le muestra como títeres  del  “terrorismo”, sino que el comandante de la Brigada 29, Henry  Piraquive,  les acusa directamente de lesiones personales, tentativa de  homicidio,  sedición, “asonada”, terrorismo y secuestro[29].
| campesino, de 22 años, Fabián Güetio. | 
Desde   luego, los medios no se indignan con estas muertes ni con las lágrimas   de los familiares, como se indignaron al ver a los soldados salir a la   rastra, lloriqueando, pero sanos y salvos… ni mucho menos, los   comandantes denuncian la gravedad de estos asesinatos. Un manto de   impunidad rodeará a estos “daños colaterales”, mientras la prensa   cómplice seguirá justificando el asesinato por parte del   Ejército, culpabilizando de menor a mayor grado de todo cuanto suceda a   los indios y, sobre todo, a la guerrilla que,   como una “mano negra”, estaría “infiltrando” la región, lavando mentes  y  poniendo ideas peligrosas en las cabezas de inocentes indígenas, de   unos “nobles salvajes” supuestamente “abandonados” por el Estado. En   realidad, ni hay tal “abandono” (el Estado se hace presente con la   impresionante militarización del territorio y convirtiendo escuelas y   hospitales en trincheras –antes bien, los indígenas lo que piden es   menos presencia del Estado), ni hay tal “infiltración guerrillera”. Tal   discurso es fruto de una labor sistemática de desinformación sobre la   naturaleza del conflicto social y armado colombiano.
¿Infiltración guerrillera en el Cauca?
La   insurgencia no es un fenómeno nuevo en el Cauca. En esa zona ha hecho   presencia históricamente, aparte de las FARC-EP, el ELN, el M-19 y la   insurgencia desarrollada desde 1984 por las propias comunidades del   Norte del Cauca, el Movimiento Armado Quintín Lame, desmovilizado junto   al M-19 en 1989. Otras facciones insurgentes también han pasado por  esas  tierras, con menores niveles de implantación. Pero, a diferencia  de lo  que digan los discursos tanto del gobierno como de ciertas  autoridades  indígenas, las FARC-EP han tenido en esa zona un arraigo de  más de medio  siglo. No existe acá una “infiltración” de la  insurgencia, sino que  algunas comunidades han tenido vínculos estrechos  con la organización  guerrillera desde hace varias décadas, aún cuando  haya conflicto  político muchas veces entre los insurgentes y las  autoridades  tradicionales de los indígenas, basadas en los usos y  costumbres –sobre  todo cuando la insurgencia es una alternativa  atractiva para sectores de  la juventud y de las mujeres que se sienten  marginados en sus propias  comunidades. El mismo Feliciano Valencia,  dirigente del Consejo Regional  Indígena del Cauca (CRIC), una persona  bastante hostil hacia la  insurgencia, se vio forzado a afirmar en estos  días que “no vamos a negar que hay milicianos indígenas y guerrilleros indígenas”[33].   Las FARC-EP tienen en su seno comuneros, hijos, hermanos, vecinos,   gente que es parte de las comunidades. Esta organización, de hecho, tuvo   como uno de sus focos de nacimiento el Cauca. Ya antes del período   conocido como la “Violencia” (década de 1940), había agitación comunista   en la región del Norte del Cauca a manos de dirigentes indígenas como   José Gonzalo Sánchez, quien luchó codo a codo con el legendario Quintín   Lame. Ciro Trujillo, uno de los fundadores de esa guerrilla, era   originario de la región de Tierradentro y era un indígena Pijao que se   alzó en los ’40 contra la represión conservadora. Hacia 1950 entró en   contacto con los guerrilleros comunistas del Sur de Tolima, y en 1953,   junto a Jacobo Prías Alape, conocido como “Charro Negro” (también   indígena pero proveniente de Natagaima, Tolima) y Manuel Marulanda,   fundaron el Movimiento Agrario de Riochiquito en el Noreste del Cauca,   en la región de Páez, en el cual reunieron a los indígenas y campesinos   desplazados de otras regiones, en base al mutuo respeto y a un programa   político común –esta experiencia que fue terminada a sangre y fuego  por  un ataque militar en Septiembre de 1965, fue uno de los núcleos de  los  cuales se desarrollaría la insurgencia fariana[34].   Manuel Marulanda se desplazaba en el  sector de Tierradentro en el   oriente del Cauca desde los años ’50, junto a estos guerrilleros; la   reunión que dio origen al Bloque Sur, predecesor de las FARC, en 1965 se   celebró en la comunidad de Riochiquito[35].   El Sargento Pascuas, único fundador de las FARC-EP aún activo en la   insurgencia, comandante del 6º frente que opera en el Norte de Cauca   desde 1979, lleva más de medio siglo combatiendo en la zona.
DIFÍCILMENTE PODRÍA DECIRSE, como   se afirma en los medios, que la insurgencia representa una  organización  que se atrincheró en el Cauca, cuando ahí tiene sus  raíces; que se ha  infiltrado en las comunidades, cuando, aunque le pese  a algunos  caciques, es una organización con vínculos orgánicos con  sectores en las  comunidades que se sienten representados en el proyecto  insurgente; o  que su interés en la zona se debería a los “corredores  estratégicos”  (discurso fomentado desde aquellos que tienen un interés  en presentar el  conflicto como vaciado de contenido social y como una  mera expresión  del narcotráfico), cuando, independientemente de la  importancia  geoestratégica que tenga, esa ha sido una zona de presencia  guerrillera  de hace décadas por las condiciones sociales espantosas en  que vive la  población, que enfrenta el despojo y la  represión por parte de las  autoridades.
Organizaciones indígenas: ¿qué tan “ajeno” es el conflicto?
Si   bien es cierto que las organizaciones indígenas manejan un discurso   según el cual el “conflicto les es ajeno”, tal afirmación, tomada en su   sentido literal, ignora la realidad del país. Y sobre todo, ignora la   realidad del Cauca donde un porcentaje importante de indígenas se   involucran en el conflicto por sentirse representados por las partes y   los proyectos que en él operan, fundamentalmente por la insurgencia que   tiene una importante base de apoyo en la región. Aún cuando las   organizaciones y las autoridades se indignen con la presencia de   cualquier “actor armado” en sus territorios, y que esta opinión   represente a un sector importante de las comunidades indígenas, lo   cierto es que otro sector también importante de las comunidades   canalizan su indignación en el respaldo activo o pasivo a los   insurgentes[36]:   por ello es que el gobierno, dando palos de ciego, ha adelantado   capturas masivas en toda la región, incluidos alrededor de 30 comuneros,   incluidos dos líderes indígenas de Caldono, por pertenecer   supuestamente a redes de “apoyo al terrorismo”[37].   Independientemente de si el gobierno hace montajes o si da palos de   ciego, lo cierto es que importantes sectores indígenas ven en la   insurgencia su expresión política y por ello el gobierno persigue y   criminaliza a las comunidades indiscriminadamente. Basta nada más ver a   los cuatro muchachos capturados por algunos guardias indígenas en las   inmediaciones del cerro Berlín, a los cuales se les aplicó “justicia   comunitaria” (un castigo brutal como son latigazos[38]),   precisamente por ser miembros de la comunidad, para comprobar los   vínculos orgánicos de sectores de las comunidades con el proyecto   insurgente[39].
LO CIERTO ES QUE, aunque   sea necesario rechazar los señalamientos de Santos, de los medios y de   los generales, así como la criminalización de la protesta indígena y  los  argumentos racistas que plantean al indio como alguien incapaz de   movilizarse por sí mismo, como si fueran meros títeres de “actores   externos”, las comunidades están atravesadas por el conflicto y ante   éste expresan opiniones diferentes, toman partido. La confrontación con   la realidad en estas semanas demuestra que el movimiento indígena está   lejos de ser un bloque monolítico: Luis Evelis Andrade, presidente de  la  Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC), condena la  actitud  de quienes expulsaron al ejército del cerro Berlín y llama a  las  autoridades a tomar acciones contra ellos[40].   La Organización Pluricultural de Pueblos Indígenas del Cauca (OPIC),   organización indígena minoritaria creada por el uribismo en el Cauca,   que representa posiciones de ultraderecha, acusa a los indígenas   movilizados de infiltrados de la “guerrilla”[41] y llama a que se quede la fuerza pública en sus territorios[42].   Las guardias indígenas capturan a milicianos de las FARC-EP pero  cuando  los van a juzgar, otros sectores de la comunidad protestan  contra esta  medida[43].   En una entrevista, Feliciano Valencia (CRIC) oscila entre la   legitimidad y la ilegitimidad del Estado, revelando las enormes   presiones a las que está sometido por parte de las bases indígenas y del   poder, la tensión constante entre la movilización y la   institucionalización del movimiento[44].
LA LUCHA ARMADA QUE ATRAVIESA todo   el país rural, incluidas las comunidades, es la más aguda expresión de   la lucha de clases en Colombia, de la cual nadie está totalmente al   margen. Por ello insistimos siempre en que estamos ante un conflicto social y   armado. Aún cuando el discurso indigenista de las organizaciones   históricas indígenas tienda a negar la lucha de clases (al menos en lo   relativo a las demandas indígenas), lo cierto es que esta dinámica hace   que sectores de las comunidades hagan parte de esta confrontación junto  a  campesinos y otros sectores del bloque popular que, de una u otra   manera, consideran a la insurgencia el proyecto que las representa en su   resistencia contra el bloque en el poder. Es cierto que la insurgencia   no es la única manera de resistir al Estado, ni necesariamente tiene  por  qué ser la principal, como lo demuestra la resistencia no armada de   organizaciones indígenas de larga trayectoria como la Asociación de   Cabildos de Indígenas del Norte del Cauca (ACIN) o el CRIC, pero es una   tradición de resistencia con largas raíces en la región, que enfrentan   al mismo bloque en el poder que los cabildos y cuyas motivaciones se   encuentran clavadas en el seno de las mismas comunidades. Creo que   afirmaciones como las del Consejero Mayor del CRIC, Jesús Chávez, que   explica el crecimiento de la guerrilla debido a que “mienten   al interior de los cabildos indígenas para debilitar la credibilidad  de  la autoridad tradicional, bajo la excusa de la defensa del  territorio”[45],   o quienes han explicado el creciente reclutamiento de jóvenes  indígenas  por los insurgentes pues estos les darían radios y otras  cosas, es  simplista y peca de un paternalismo no muy diferente al de un  Santos  cuando afirma que los indígenas movilizados no serían más que  “títeres”  guerrilleros. Los indios que se unen a la insurgencia ni son  idiotas, ni  se unen a ella (una opción bastante sacrificada) por  baratijas y  espejos. Es necesario entender las causas objetivas que  hacen que la  insurgencia sea una opción legítima, desde la perspectiva  de la dinámica  del conflicto en las comunidades rurales colombianas,  para poder  encontrar la manera de aliviar las tensiones entre las  diversas  tradiciones de resistencia y lucha que existen en el país, las  cuales  deben aprender a confluir en la propuesta estratégica de la  solución  política al conflicto, como un proyecto alternativo de país,  incluyente,  el cual no puede sustentarse en las estigmatizaciones  recíprocas al  interior del bloque popular. Esto bien lo sabe el  gobierno, cuya  estrategia para domesticar al movimiento indígena  consiste en atizar las  discrepancias para hacer creer que “el enemigo  común” es la FARC-EP, y  no la militarización, ni las multinacionales  que saquean nuestros  recursos y envenenan los ríos, ni los gamonales  que acumulan tierra  mediante el despojo violento.
Conceptos erróneos que necesariamente llevan a una estrategia errónea: re-leyendo el Proyecto Nunca Más
| bombardeo del campamento del comandante Raúl Reyes el 1 de marzo de | 
| 2008. Recibió asilo político y trastamento médico en Nicaragua sandinista. | 
Estos   conceptos equívocos han sido incorporados en el discurso de algunas   organizaciones populares, muchas de ellas de una indudable consecuencia y   una trayectoria de luchas que merece todo el reconocimiento del mundo:   recientemente, un comunicado de la Subdirectiva de la CUT del Valle  del  Cauca sobre la situación de Toribío, fechado el 19 de Julio  afirmaba que  esta guerra “no es del pueblo colombiano”[46].   Afirmación que es una negación patente de la realidad –que la guerra   haya sido “impuesta” desde arriba al pueblo, no significa que el pueblo   no tome parte y que, de hecho, sea el que ponga la mayoría de los   muertos. Creo que es importante un examen crítico de estos discursos:   conceptos equívocos necesariamente llevan a una concepción política y   estratégica igualmente equívoca.
POR ELLO, CREO IMPORTANTE desempolvar   el famoso Capítulo V, Tomo I (“Nuestras Reservas Frente a los Crímenes   de Guerra”), del Proyecto Nunca Más, de lejos el proyecto más  importante  de DDHH y Crímenes de Lesa Humanidad que se ha realizado  hasta la fecha  en Colombia. Publicado el año 2000, en él participaron  las  organizaciones de derechos humanos colombianas de mayor seriedad,  las  cuales explicitan el marco teórico de su trabajo[47].   En él se establecen ciertos elementos que permiten un debate crítico  de  algunos de los elementos planteados desde el movimiento indígena en  el  Cauca, como el rechazo, como si fueran lo mismo, de todos los   “violentos”, de los “actores armados”, de la “bota militar de izquierda o   derecha” y otros lugares comunes que diluyen la naturaleza del   conflicto social y armado colombiano. Creo que la discusión de estos   lugares comunes es crucial para el avance del movimiento popular; abordo   este examen crítico no con la intención de polarizar sino de facilitar   un marco que permita la más amplia unidad del pueblo. En el marco   teórico para entender la situación humanitaria colombiana, el Proyecto   plantea, en resumen, los siguientes elementos que tienen plena   relevancia en el contexto actual:
“1.   Insuficiencias del Derecho Internacional Humanitario para interpretar y   regular modalidades de conflictos internos como el que se da en   Colombia: (…) El DIH no tuvo en cuenta, pues, la racionalidad   propia de la Guerra de Guerrillas (…) modelo de guerra (…) diseñado   para dirimir conflictos de legitimidad dentro de un mismo Estado, y   desde los intereses del polo más pobre de la población (…) surge y es   diseñada para enfrentar una estructura estatal, detentora de medios de   medios muy poderosos de guerra (como aviones y tanques de guerra,   ejércitos bien financiados y armados gracias al presupuesto del Estado)   sin tener acceso a los recursos del Estado, dado que el motivo   fundamental de la guerra es justamente el no acceso de las capas   empobrecidas a los recursos del Estado. (…) Este elemento fundamental de   la racionalidad propia de la Guerra de Guerrillas entra ya en   contradicción con uno de los principios básicos del DIH, como es la   distinción neta entre combatientes y no combatientes.
Muchos   Estados, y entre ellos el colombiano, han tomado pie en esta   característica de la Guerra de Guerrillas (…) para justificar su   agresión sistemática contra la población civil, o para camuflar a los   combatientes del Estado bajo fachadas de ejércitos irregulares o   paramilitares que se presentan como ‘no estatales’. Pero mal podría   justificar un Estado el asumir métodos característicos de fuerzas   guerrilleras, métodos cuya única justificación descansaría precisamente   en la imposibilidad de acceder a los recursos que tiene el Estado.
(…)   La Guerra de Guerrillas (…) no se dirige fundamentalmente a la   destrucción de un ‘ejército enemigo’  o de una simple estructura   estatal, sino a la destrucción de un modelo de sociedad. Por eso la   ‘ventaja sobre el enemigo’, en este tipo de guerra, está ligada al   boicot o sabotaje de infraestructuras que son vitales para el   mantenimiento de dicho modelo de sociedad. (…) Algo similar se podría   decir de los esquemas de financiación de la Guerra de Guerrillas, que en   la racionalidad de ésta no debe fundarse en aportes de los sectores   pobres de la población, sino en aportes forzados de los sectores ricos,   que no los aportarían libremente sino mediante medidas extorsivas.
(…)   Este problema está planteando la necesidad de (…) construir un Derecho   Humanitario que salvaguarde la dignidad humana ‘en los márgenes’ de  esa  racionalidad de la Guerra de Guerrillas, como lo hizo el DIH a  mediados  del siglo XX frente a la racionalidad propia de las guerras  regulares  internacionales (…)
2. Elementos de discernimiento ético frente a la legitimidad de la guerra: (…)   El haber acompañado durante décadas a las víctimas de la represión en   Colombia y a sus dolientes, nos da un marco sólido para afirmar que el   blanco de la represión oficial ha sido la población civil que de una u   otra manera hace opciones ideológicas o políticas por luchar a favor de   condiciones más justas de vida para las mayorías, con medios no   violentos (…) Esta experiencia trágica (…) nos inhibe para deslegitimar   el marco motivacional general de la insurgencia. 
3. Discernimiento ético de la ‘Neutralidad’: Desde   hace varios años, las organizaciones no gubernamentales responsables  de  este Proyecto, nos hemos visto sometidas a extremas presiones, por   parte de fuerzas sociales, nacionales e internacionales, para que   nuestras denuncias y acciones humanitarias se sitúen en ‘posiciones   neutrales’, que no recarguen las censuras sobre ninguna de las partes en   conflicto, y para que nuestro trabajo se rija por parámetros de   ‘equilibrio’ que lleve a estigmatizar ‘por igual’ y a ‘equiparar’ las   diversas violencias que afectan a la sociedad colombiana. Se nos ha   presentado como principio rector que debe orientar nuestro trabajo, el   de ‘Condenar toda violencia, venga de donde viniere’. Muchas veces nos hemos preguntado si tal tipo de neutralidad es éticamente sustentable. (Subrayado ANNCOL).
Creemos   que ningún tipo de discernimiento ético puede dispensarnos (…) de  tener  en cuenta (…) los móviles y estrategias globales que comprometen a  los  diversos actores enfrentados. Imperativos éticos (…) nos llevan a   censurar con mayor fuerza a quienes se sirven de la violencia represiva   para defender violencias estructurales e injusticias institucionales  que  favorecen a capas privilegiadas de la sociedad, mientras  victimizan,  exterminan o destrozan a las capas sociales más pobres y  vulnerables,  sometidas a siglos de despojo e injusticia.
(…)   No es posible ser neutral cuando se es consciente de que un polo de la   violencia es mucho más dañino para el conjunto de la sociedad, o  acumula  en sí mismo mayores perversidades, o representa la oclusión   institucional de los caminos que podrían conducir a una sociedad más   justa, o acumula en su haber mayor violencia contra los débiles.
4. Una opción por escapar del cerco anti-ético de las ‘Simetrías’: El afán de neutralidad se ha expresado en Colombia, en los últimos años, como una política de simetrías.   Asume la forma de una presión social, no pocas veces extorsiva, para   que los análisis académicos, las denuncias, las estrategias informativas   y las acciones humanitarias, se enmarquen en una estricta simetría: se   tiene derecho a denunciar los crímenes de una de las partes en   conflicto, a condición de denunciar simétricamente los de la parte   contraria.
Esta   presión ha llevado a acuñar expresiones simétricas que envuelven en   calificaciones equivalentes a los diversos actores del conflicto:   ‘grupos al margen de la ley’, ‘actores violentos’, ‘grupos armados’,   ‘fuerzas oscuras’, ‘los guerreros’, términos todos que fuerzan la   simetría mediante la omisión de identidades y móviles. Para no pocos   periodistas, comunicadores sociales, analistas, académicos y activistas   de derechos humanos, asumir la política de las simetrías ha constituido   el obligado precio a pagar para conservar su empleo, y muchas veces  para  conservar su vida (…) 
Este   mismo proyecto del Nunca Más ha tenido que resistir muchas presiones  de  agencias financiadoras, que quisieron condicionar sus aportes a una   opción por la política de las simetrías. (Subrayado ANNCOL).
(…)   La política de simetrías se erige como una barrera que impide  enjuiciar  el conflicto desde perspectivas no inmediatistas; desde los  móviles  profundos de cada uno de los actores; desde los modelos de  sociedad que  el conflicto pone en juego; desde las aspiraciones y  pretensiones  globales de cada actor; desde perspectivas que permitan  evaluar el  conjunto de las violencias que afectan a las capas más  vulnerables de la  sociedad; desde responsabilidades profundas frente al  futuro.
(…) La política de simetrías busca inmovilizar a la sociedad, convenciéndola de que ‘todos los actores son igualmente perversos’   y de que lo mejor es marginarse, descomprometerse en toda medida, y   entrar a gozar del ‘paraíso ético’ del que condena a todo el mundo menos   a sí mismo (…)”[48] 
NO CREO NECESARIO AHONDAR más   en el tema después de esta larga cita. Pero me parece importante   señalar que la importancia de estas reflexiones no puede ser subestimada   en momentos en que tanto desde el movimiento indígena, así como desde   la insurgencia y el gobierno, han surgido ideas sobre el  establecimiento  de mesas regionales para regular temas como derechos  humanos o  aplicación del derecho internacional humanitario.
El perro tiene cuatro patas, pero puede ir sólo en una dirección
En   la medida en que los recientes eventos del Cauca dan una señal más,   quizás la más crítica hasta la fecha, del agotamiento creciente del   modelo de gobierno de la “Unidad Nacional” y del modelo de guerra   impuesto por el “Plan Colombia”[49],   también dan señales de las limitaciones que tienen los de abajo para   constituirse en un bloque popular que pueda enfrentar y derrotar al   poder oligárquico entronizado en el Estado. Cauca representa a la vez   una oportunidad como un desafío para el movimiento popular. Una   oportunidad, pues demuestra la capacidad de las comunidades de enfrentar   al régimen y de exigir respeto a su autonomía –hecho este último   facilitado por las particularidades de la Constitución de 1991, que   garantiza la autonomía indígena aunque rara vez se respete. Pero aún   cuando es difícil que este ejemplo se reproduzca mecánicamente en otras   partes del país, un cierto contagio es posible, pues se demuestra que  un  pueblo organizado puede enfrentar a la más formidable maquinaria de   muerte del hemisferio occidental, el ejército colombiano. 
Sin   embargo, la movilización del Cauca representa un desafío para el   movimiento popular, pues demuestra que los roces y contradicciones en el   seno de las organizaciones populares en resistencia son hondos. Todo   esto dificulta la “solución política”, más allá de lo retórico, en lo   cual todos en el campo popular estamos de acuerdo (más no así el   gobierno, que insiste en la rendición y desmovilización sin negociación   política –este “detalle” es clave). Como hemos dicho en ocasiones   anteriores:
“La   llave para solucionar el conflicto pasa por la capacidad que tenga el   pueblo colombiano de construir un espacio de convergencia amplio y   participativo, teniendo por punto de partida su propia tradición e   historia de luchas. Este espacio es el que debe articular la solución   política al conflicto, como expresión amplia, nacional, del movimiento   popular (no de ese sofisma llamado “sociedad civil”), mediante la   construcción de un proyecto alternativo, colectivo, y a la luz de los   enormes desafíos y obstáculos, revolucionario, que permita la superación   del conflicto.”[50]
ESTO LO ENTIENDE LA PROPIA INSURGENCIA fariana, que en su último comunicado plantean:
“Resulta   urgente por tanto recurrir a la unificación de fuerzas con todos los   sectores indignados, conformar un inatajable torrente popular que se   lleve por delante la indecencia (…) Con el movimiento obrero, campesino,   indígena, de negritudes, de mujeres, de desempleados, de pequeños y   medianos mineros, de estudiantes, de profesionales empobrecidos,   pequeños y medianos empresarios, industriales y comerciantes, la   academia, la intelectualidad, el profesorado, los informales y   trabajadores independientes, los partidos y organizaciones de izquierda o   de clara definición democrática. Con los liberales y conservadores   aterrados con tanta podredumbre, hasta con los policías y militares   retirados y olvidados por el régimen que los usó, con los creyentes, los   cristianos, los ateos, los jóvenes, los ancianos y todas las minorías   discriminadas. Concientización, organización, protesta, resistencia y   movilización activas. He allí la tarea prioritaria. Sumar y unificar la   rebeldía del pueblo colombiano por los cambios.”[51]
Lógicamente   resulta más fácil declararlo que hacerlo. Y ahí es donde todos los   sectores del movimiento popular, sin excepción, deben entrar a un   genuino ejercicio de autocrítica antes de ver la paja en el ojo ajeno.
¿HASTA QUÉ PUNTO LOS movimientos populares han sido tragados por la cooptación y la oenegización?
¿Hasta   qué punto es sostenible el discurso de la neutralidad cuando hubo   organizaciones indígenas que hicieron una ceremonia de inauguración a   Santos en la Sierra Nevada, u otros que hayan aplaudido los llamados a   una minga por la “prosperidad democrática?
¿Hasta   qué punto las autoridades tradicionales están dispuestas a aceptar que   en su seno coexistan personas con posiciones diferentes frente al   conflicto y los destinos de Colombia?
¿Hasta qué punto la insurgencia está dispuesta a coexistir con otras expresiones del movimiento popular?
¿Hasta  qué punto la  insurgencia respetará ciertos marcos en acuerdo con las  comunidades para  desarrollar su estrategia de resistencia armada con el  menor impacto  posible sobre el pueblo?
¿Cómo superar lógicas militaristas y vanguardistas de comprender el conflicto social?
¿Cómo  superar las  fricciones producidas en el bloque popular por las  diferentes elecciones  tácticas hechas por distintos sectores?
¿Cómo mejorar la comunicación de los proyectos emancipatorios y generar una cultura de diálogo real en el bloque popular?
Nada de esto tiene fácil respuesta y ella debe ser buscada y encontrada por quiénes están en el terreno mismo.
LO QUE SÍ, ES QUE HAY CIERTOS elementos   que permiten entrever que es posible un cierto acuerdo entre las  partes  del bloque popular. Rafael Coicué, del ACIN, plantea que la   militarización de los territorios y la profundización de la estrategia   de guerra ha contribuido a romper acuerdos existentes, acuerdos que   pueden restablecerse:
”Siempre han estado aquí [ie., las FARC-EP] y   eso no hay que negarlo. Las autoridades indígenas habían planteado que   ellos respetaran a la gente, que no reclutaran niños y que podían  pasar  por el territorio, pero no quedarse en él. No podían acercarse a  las  escuelas, ni a los sitios de reunión de los indígenas, ni instalar   campos minados. Ese era el protocolo y ellos a veces lo respetaban”[52].
Cabe   destacar que en el 2009 el Secretariado de las FARC-EP llamó a la   constitución de espacios comunes para dialogar, en un ambiente de “mutuo   respeto y comprensión”, sobre acuerdos básicos con las comunidades   relativos al impacto que las acciones insurgentes puedan tener sobre sus   comunidades[53].   El tema del impacto del accionar insurgente, fue planteado por una de   las autoridades indígenas durante el juicio a los cuatro milicianos: “No   se les castiga por ser guerrilleros. Es su decisión de pertenecer a   esos grupos u a otros, sino porque pudieron ocasionar un ataque de la   Fuerza Pública contra la comunidad”, debido a que estaban planeando   una acción militar contra las tropas apostadas en el Cerro Berlín  cuando  la comunidad pretendía recuperarlo. Según el gobernador de  Toribío,  Marco Yule “De no haberse evitado eso, el Ejército hubiera disparado contra la comunidad en general”.[54]
ES ESTE UN TEMA CRUCIAL que   merece una discusión de alto perfil entre las comunidades y la   comandancia insurgente, aún cuando estamos conscientes de las múltiples   dificultades que tal diálogo enfrenta, precisamente en medio de la   criminalización y satanización hacia los indígenas y la insurgencia por   parte de los medios. Por ello son tan importantes opiniones como las de   Catalina Ruiz-Navarro cuando plantea, desde El Espectador, una opinión   demoledora contra la polarización que se busca generar para  obstaculizar  el avance de una salida política al conflicto: ”los   paeces son un nosotros, y cada uno que muere, sea por los actores   armados o por el olvido del Estado, es también un colombiano. En esa   misma línea olvidamos con frecuencia que los guerrilleros también son   nuestros, colombianos que viven en este país, y no una manada de orcos   sin nombre que hay que exterminar”.[55]En   cierta medida, se trata de que el bloque popular reconozca, en medio   del conflicto, la humanidad del otro y sus motivaciones profundas.
AYER, 23 DE JULIO, en Santander de Quilichao, se instaló la mesa de diálogo entre el gobierno nacional y las organizaciones indígenas[56].   Sencillamente se plantearon los temas de relevancia para cada una de   las partes, en un buen ambiente según las autoridades, pero el conflicto   sobre la militarización del Cerro Berlín es el punto en el que no   parece posible la conciliación –y las implicancias de esta diferencia   puntual son enormes si se proyecta sobre la estrategia de militarización   de todo el Cauca contenida en el Plan Espada de Honor del   Ejército. Pocas veces el enemigo de clase del bloque popular es tan   claro: el mediador del conflicto, por parte del gobierno, es Aurelio   Iragorri Valencia, bisnieto de Guillermo Valencia, quien combatiera a   Quintín Lame, miembro de una familia de gamonales del Cauca[57].
A   las claras, el Estado intentará utilizar la mesa de negociación como  un  espacio para intentar ganar al movimiento indígena a su estrategia.   Esto es, precisamente, lo que recomienda con un gran sentido práctico  un  santista de primera línea como León Valencia:
“La   torpeza del gobierno es infinita. Tiene a la mano un auténtico   movimiento pacifista con el cual puede pactar unas reglas de juego para   contener a las fuerzas irregulares sin dañar para nada el orden   constitucional y la soberanía nacional y en vez de ello se dedica a   hacerles eco a las voces que vituperan y estigmatizan a las   organizaciones indígenas”.[58]
Es   decir, utilizar al movimiento indígena como un elemento de contención   en un programa de cooperación cívico-militar, en el mejor de los casos.   En el peor, convertir a las organizaciones indígenas en organismos de   control y vigilancia, de delación, en una red subcontratada de   cooperantes, mientras se amenaza con capturas masivas. Difícilmente el   gobierno obtendrá lo que quiere de esta mesa, pero también se ve difícil   que los indígenas obtendrán respeto a su autonomía.
PERSONALMENTE, NO CREO que   nada salga de este diálogo si se da a puertas cerradas y se   circunscribe al Cauca, que no es más que un eslabón más del conflicto,   por crucial que sea en la actual fase de la confrontación armada. Si no   es esta negociación parte de un diálogo más amplio y más inclusivo, no   creo que tenga mayor futuro, desafortunadamente.
No puede discutirse sobre paz o sobre el conflicto e ignorar, como pretende hacerlo el gobierno, a la insurgencia[59].   Sin la presencia de ésta, es muy poco probable que el diálogo termine   en algo más que declaraciones de buenas intenciones mientras prosigue  la  militarización y el conflicto. Hablando en criollo: acá no habrá   solución política al conflicto –ni en el Cauca ni mucho menos en el   país- sin un amplio acuerdo en el bloque popular, independiente de las   diversas formas de lucha que adopten sus diversos protagonistas, por lo   cual es necesario abandonar sofismas como “ilegales”, “actores armados”   que dificultan la identificación de los puntos de acuerdo entre  sectores  sociales que comparten intereses objetivos en terminar con la  guerra  que, ante todo, impulsa el Estado. No habrá solución política  sin la  insurgencia, sin el movimiento indígena, sin el movimiento  sindical, sin  las diversas expresiones que componen al bloque de los de  abajo en  Colombia. Pero para ello es necesario que, antes de negociar con el bloque en el poder, el movimiento popular y las organizaciones en resistencia negocien entre sí mismos.[60]
POR LO PRONTO, EL PUEBLO prosigue   en la escalada de luchas sociales ante el deterioro de las condiciones   de vida y ante el despojo, mientras el conflicto también sigue en su   dinámica de profundización. La Marcha Patriótica convocó la movilización   contra el militarismo y por la solución política al conflicto de más  de  100.000 colombianos el 21 de Julio en Guaviare, Meta, Norte de   Santander, Valle del Cauca, Caldas y Huila; también 7.000 personas se   movilizaron en el Departamento de Putumayo durante toda la semana, al   igual que en Tolima, Arauca y en la Costa[61]. Los indígenas Awá, por su parte, en Nariño, también amenazaron con tomarse la base militar de El Diviso[62].
Se   anuncian más movilizaciones en los próximos días y semanas, por   diversos temas como la salud, de cara a lo que será el Encuentro por la   Unidad Popular, anunciado para los días 10 y 11 de Agosto, un paso   crucial hacia el Paro Cívico Nacional.
El   Cauca es una pieza clave dentro de la actual coyuntura, pero no   solamente por la trascendencia de las movilizaciones recientes, sino   porque plantea al movimiento popular el desafío de articular, desde   abajo y en la lucha, de forma respetuosa y solidaria, una gran   convergencia que articule la solución política del conflicto con las   múltiples formas de resistencia que deben desarrollarse en contra del   actual modelo de saqueo, guerra y despojo.
José Antonio Gutiérrez D.
24 de Julio, 2012
[2] La   situación no es exclusiva del Cauca: también han aumentado  notoriamente  los enfrentamientos y acciones militares insurgentes en el  Caquetá, en  Antioquia y en el Catatumbo.
[3] http://www.es.lapluma.net/
[5] Se   calcula en unas 1200 tropas las fuerzas que las FARC-EP tienen   concentradas en la zona. Estas tropas son consideradas de élite http://www.semana.com/
[7] http://www.elespectador.
[8] Ver las siguientes notas: http://prensarural.org/
[9] Para un análisis de la importancia de este evento, ver http://www.arcoiris.com.
[13] http://www.conapcolombia.
[14] http://www.elespectador.
[16] http://es-us.noticias.
[18] http://www.elespectador.
[19] http://www.elespectador.
[20] http://www.elespectador.
[21] http://www.elespectador.
[22] http://es-us.noticias.
[23] http://
[24] Ver un artículo anterior en que se analiza la profundización de la guerra sucia bajo el gobierno de Santos http://anarkismo.net/
[26] http://www.elespectador.
[27] http://www.elespectador.
[28] http://www.elespectador.
[29] http://www.elespectador.
[30] http://www.rebelion.org/
[32] http://prensarural.org/
[33] http://www.elespectador.
[34] Para   más detalles de este proceso de nacimiento del movimiento guerrillero y   el rol jugado por las comunidades del Cauca, puede consultarse   directamente la autobiografía del comandante Ciro Trujillo. “Ciro,   páginas de su vida”, Ed. Abejón Mono, 1974.
[35] Sobre   la resistencia en Riochiquito, Cauca, puede consultarse el documental   de Jean-Pierre Sergent y Bruno Muel de 1965, una auténtica pieza   histórica prácticamente ignorada hoy en día. En castellano se puede   consultar en http://www.youtube.com/
[36] El   documental de Roméo Langlois sobre el Cauca y las FARC-EP, en la cual   entrevista a algunos simpatizantes de la insurgencia, demuestran este   punto http://www.youtube.com/
[38] Otras   alternativas de tortura contenidas por la “justicia comunitaria”,   igualmente si no más reñidas con los derechos humanos, constituían el   cepo o el cruel “siembra de plátano” (es decir, enterrarlos hasta el   cuello”). http://www.eltiempo.
[39] http://www.telesurtv.net/
[40] http://www.elespectador.
[41] http://actualidadetnica.
[42] http://www.elespectador.
[43] http://www.eltiempo.com/
[44] http://www.semana.com/
[45] http://agendapropia.com/
[46] http://www.cut.org.co/
[47] Desafortunadamente,   son raros los casos de organizaciones que actualmente proceden de esta   manera, dando a entender que el trabajo de DDHH es “objetivo” y que no   existen marcos teóricos desde los cuales se analiza la información.  Esto  claramente no es así, y el hecho de que los marcos teóricos no se   expliciten no significa que no existan.
[48] Colombia Nunca Más, Capítulo V, Tomo I, 2000, pp.95-102.
[49] Una interesante requisitoria contra el fracaso del guerrerismo lo constituye la declaración de la Marcha Patriótica http://www.
[52] http://www.
[54] http://www.eltiempo.com/
[56] http://www.semana.com/
[57] http://www.elespectador.
[59] Alfredo Molano plantea, con meridiana claridad. que esta mesa tendría sentido si fuera una “oportunidad   para que los cabildos medien entre Ejército y guerrilla. No dudo que   este es el principal objetivo de los indios de Cauca: una propuesta   facilitadora para salir de la encrucijada bélica en que estamos desde   hace 50 años. Las cosas se desamarran por donde se amarran: por Cauca,   el nudo de la guerra.”http://www.
[60] Una idea semejante planteó Alfredo Molano Bravo ante las insinuaciones de negociación de Santos: “Vistas   así las cosas, al presidente le queda más fácil negociar con la   guerrilla que con los militares, los empresarios y los gamonales para no   terminar derrotado en otro Caguán. Fue esa carencia el verdadero   obstáculo de la negociación entre Pastrana y Marulanda. El error del   expresidente no fue el despeje de 30.000 kilómetros, fue no haber   negociado previamente con el establecimiento y con los militares el   precio que esas dos poderosas fuerzas estaban dispuestas a pagar.” http://www.
[61] http://www.
[62] http://m.elespectador.
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