- Foto: Jesús Abad Colorado - |
Por Edisson G. I Marzo de 2015 I
Colectivo Cinengaños
Egresado de Filosofía U. de A.
El sistema adoptado por el estado colombiano genera muchas más víctimas que cualquier otra causa. La constituyente de 1991 es un ejemplo de ello ya que dio el salto más grande para consolidar un proyecto de libre mercado y competencia desmedida y, en la cual, se podía prever que la empresa privada sería la ganadora y el punto de partida del desarrollo social, haciendo mucho más daño que el mismo conflicto armado.
La empresa, como base del desarrollo, tiene una función social que implica obligaciones. El Estado fortalecerá las organizaciones solidarias y estimulará el desarrollo empresarial.
El Estado, por mandato de la ley, impedirá que se obstruya o se restrinja la libertad
económica y evitará o controlará cualquier abuso que personas o empresas hagan de su posición dominante en el mercado nacional. (Art. 333. Constitución de 1991).
La situación en la que se encuentra el ciudadano común es la de estar en medio de una competencia desmedida, de acumulación de grandes cantidades de capital en la que siempre sale como perdedor y en la cual, además, se le es negado el derecho a rebelarse porque es tratado como enemigo del desarrollo y del progreso. Resultado de esto: monopolio, plutocracia, y millones de víctimas repartidas en desempleados, desnutridos, destechados y depresivos.
Ahora bien, el sistema acogido en la constitución de 1991 generó la posibilidad de que esta acumulación de capital permitiera que las élites empresariales y ganaderas se mostraran o actuaran como realmente son, unas verdaderas mafias que se alían con otras mafias económicas esparcidas en el planeta, conscientes que su accionar deriva en más pobres, deudas, la esclavización y la explotación de personas, como del robo que le hacen a la nación, es decir, a la mayoría subyugada por el peso del capital.
No es que las mafias globales operen en las costuras entre las estructuras legales controladas y revisadas por los Estados-Nación: sucede más bien que, una vez liberadas de las constricciones legales efectivas y dependiendo del poder vigente, todas las operaciones en el espacio global siguen (intencionadamente o por defecto) el patrón asociado hasta ahora a las mafias o a la corrupción del imperio de la ley al estilo mafioso. (Bauman, 2005, p. 88).
Segundo resultado: ciudades construidas por las élites basadas en la segregación, el control y el miedo, y, también, campos preparados para el monocultivo, el latifundio, la megaminería y el desplazamiento. Todo ello acompañado del terror para-estatal. Los ganadores de esto siempre son los mismos, las élites criollas y las multinacionales. Hay una coincidencia entre la apertura económica y el apogeo del paramilitarismo a nivel nacional, toda una mafia.
Un poco más atrás, desde los 50, se viene presentando en las doctrinas militares una injerencia por parte de la inteligencia militar norteamericana llamada la doctrina de seguridad nacional (DSN) que, con el discurso de limpiar latinoamérica y el mundo de la influencia comunista se permitió el ataque y control de la población a través del miedo, pero lo que estaba detrás de estos hechos era la intención de detener los procesos de resistencia al capital, es decir, que los pobres no desarrollaran nuevas propuestas al sistema de explotación dominante por occidente. Se estaban cuidando los bolsillos.
La DSN fundamentó su filosofía en que todo individuo era un amigo o un enemigo, que América Latina estaba en estado de guerra contra el comunismo mundial y que su lugar se situaba al lado del mundo occidental, que la guerra tenía un nuevo sentido: total y global, indivisible y permanente, puesto que todo estaba implicado y la agresión podía venir tanto del interior como del exterior, el comunismo se filtraba por todas partes.(Velázquez,Historia de la doctrina de la seguridad nacional, p. 14).
Es por esta razón que, tanto la doctrina de seguridad nacional como el sistema económico político adoptado por el estado colombiano en 1991, ha generado un sin número de víctimas, hechos que ocurren de manera consciente y no aislada, se puede decir que las élites criollas empresariales y los terratenientes han sido, en la política colombiana, los principales cerebros en la administración del aparato estatal; un ejemplo de ello son las constantes guerras entre las facciones liberales y conservadores, la guerra de los mil días, y las luchas en los 50. Todo ello demostró que a las élites y sus partidos poco les importa el país y las clases populares, de estas guerras los ganadores siempre fueron los mismos, las élites acaudaladas y las políticas de injerencia norteamericanas (el canal de Panamá, la masacre en las bananeras, las multinacionales, las doctrinas militares y los recursos naturales son muestra de su interés).
De la entrega del canal de Panamá, a la muerte de Gaitán, pasando por el estatuto de seguridad, el narcotráfico, los paramilitares, la seguridad democrática y la locomotora minero energética, evidencian que el Estado colombiano, manejado por unos pocos, se transforma en un monstruo frio y mutante sediento de sangre, en un aparato capturado por un bloque criminal de empresarios y terratenientes dispuestos a vender a las multinacionales el campo colombiano para su explotación, y la ciudad para la segregación y el vertedero social, productor por excelencia de capital. De ello se derivan millares de desplazados y asesinados.
No se puede olvidar, además, que el sistema militar-disciplinar de la doctrina de seguridad nacional dispuesta a proteger los intereses del sistema económico global y los puestos militares, engendró una maquinaria asesina que parió el accionar parailegal, buscado someter, a través del miedo, todo lo que fuera esperanza de vida de la clase popular, un ejemplo de ello son las víctimas de ejecuciones y asesinatos a civiles por parte del ejercito, en un acto que denota la cobardía y la maquinaria asesina descerebrada. Víctimas de la doctrina económico-militar.
Este sistema económico-político-militar, basado en la competitividad, la privatización, el mercado y el terror, brindó, además, las herramientas necesarias para que se agudizara elcosto de vida en el país. Así, desde 1994, con el auge de la apertura económica, las ciudades se han abocado a un incremento sustancial de la vida, ello se evidencia en el alza de los alimentos, el pasaje de los transportes, sumándole a esto el desempleo que parece ser una pesadilla de nunca acabar, y el resultado de ello es un sin número de muertos por hambre, negligencia y frío, que no se cuentan como víctimas, el estado sabe que existen y no hace nada para remediarlo, esa es la intención estratégica y sutil de generar más endeudamiento y pobreza para así alimentar este modelo de control y acumulación de grandes cantidades de capital en pequeñas manos.
Es por esta razón que el conflicto social y armado no puede superarse si no existe una real intención en transformar el actual modelo económico-político y de reconocer que la mayoría de colombianos son víctimas de este modelo. Es imperante que los criterios políticos, militares y económicos del sistema por-venir, no se sustenten en el neoliberalismo y las doctrinas militares guerreristas, antipopulares y pro-esclavización de potencias extranjeras. Cambiar esto sería dar un paso enorme en las posibilidades de construir una Colombia desde abajo sin víctimas anónimas, conscientes de la responsabilidad que ello implica y de la necesidad de seguir con un trabajo colectivo, múltiple y fuerte.
REFERENCIAS
Velásquez, E. (2002). Historia de la Doctrina de la Seguridad Nacional. Recuperado de:
Bauman, Z. (2005). Vidas desperdiciadas la modernidad y sus parias. Barcelona: Paidos.
Constitución de Colombia. Recuperado de: www.pdba.georgetown.edu/Constitutions/Colombia/colombia91.pdf
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