Escrito el Jueves, 20 de Febrero de 2014/
Actualmente en este episodio de elecciones parlamentarias y presidenciales abundan cifras, analistas, estadísticas y toda relación de análisis sobre el acontecimiento de las elecciones de 2014. No voy a entrar en una relación de estos habitáculos de porcentajes, ingresos, relaciones espacio-temporales, análisis electoreros, los cuales los he leído y me han parecido pertinentes. Centro más bien, mi mirada en esa relación política -existencial del llamado parlamentarismo de izquierda en Colombia y su relación con los colectivos.
Allí me voy a detener. En estos tiempos de incansable lucha- uno se interroga-¿Existe una verdadera izquierda parlamentaria en Colombia? – la verdad ante cualquier trazo de respuesta, recurro a una figura: uno no sabe, si sus protagonistas van como hacia el encuentro de un amor de madrugada o están pasando un trasnocho, bajo palabritas y leyendas épicas. Esa izquierda raída, actualmente en remiendo, presa, atrapada en su propio tiempo, deambula como un sonámbulo a ciegas, sin encontrar a su amante eterno o quizás pasando ya por el ocaso de un trasnocho político. No lo sabemos. Los intereses protagónicos, épicos deambulan de una orilla a otra, alianzas, acuerdos emergentes, tiempos de gloria, leyendas épicas, muertes políticas, memorias bajo el retozo de una lucha y, otros bajo un recuerdo pequeño burgués de ser la voz reveladora que su clase les prodigó, afianzan su querer-ser en la historia anacrónica de Colombia. Allí en ese trazo, como decía Atenea la diosa ojizarca en la leyenda de Odisea: …verdad es que Ulises no ha muerto en la tierra, antes bien, está preso con vida en el ancho océano, pues en isla que cercan las olas lo guardan infames y selváticas gentes forzando sus vivos deseos- Canto I.[1] Ante esta figura de Ulises, en medio del océano y bajo los acechantes anhelos electoreros, pregunto-¿ Verdaderamente los partidos de izquierda pueden generar una contra-propuesta, a la asechanza de los vivos deseos de una clase dominante ?- Por ahora me respondo- No. En absoluto. Hay un gran abismo, en lo que se dice y lo que se hace. Contravía lamentable, ante los desprotegidos y los colectivos que como rio en buen cauce se atisban en los movimientos sociales. La izquierda parlamentaria no se atisba en los movimientos sociales, solo retoza en bastos espejuelos seudo-reformistas, donde narcisamente se ven sus protagonistas; para realzar su historia en la anacrónica cara del tiempo.
Los movimientos sociales y aún los pequeños grupos, están en un estado latente de participación; hacia un trayecto de transformación, de cambio de sus propios propósitos. El fin, es hacia un encuentro con el poder político como factor de lucha de clases. No es el gran salto de la rana. Es lo contrario, se advierte la vivacidad colectiva que se inscribe en lo social y da un camino al poder político popular. El debate se significa, hacia un mundo interno y organizativo del trabajo como lucha de clases y no bajo trazos partidistas, con ausencia pragmática que bajo la barbarie del tiempo no logra advertir una atención política en las esferas de lo público, a mi modo de la política pública que es donde subyace el ciudadano. Los partidos de izquierda, abogan reformitas bajo una indulgencia demagógica, donde creen que hay poder político. Viven el terror del niño abandonado, quizás buscando el lugar que se les ha negado, deseando ser reconocidos a toda cosa, quizás hasta del olvido de lo que quisieron ser. A diferencia de ellos, se avizoran fuertes cambios, los movimientos sociales trazan una rebelión desde abajo, hacia el sistema que produce pobreza, engaña, explota, roba y elimina. Es la lucha cotidiana por aquellas transformaciones de fondo y peso, los sujetos políticos en colectivo, de cara a lo público, se rebelan desde abajo, pero concentrados desde adentro en la vía hacia a la significación del poder político. Esto último, el parlamentarismo de izquierda lo sub-comprende, no logra asumirlo, su capacidad de conquista del poder político, está fraguado por fragmentaciones programáticas bajo la ausencia de un pragmatismo y el abandono de una verdadera crítica de la política pública dominante. Así, en esa medida no es posible que advierta una crisis, y no se acerque a un trazo político subversor, revelador.
Las actuales elecciones, en la representación de la izquierda en Colombia, no se encaminan bajo una democracia, es una comedia de elecciones. En el fondo es una puesta en escena del poder político ocasional, anacrónico y de visión estrecha a interés capitalistas. Así Colombia subyace en una retórica vulgar, bajo un tiempo oscuro que no logra salir, permeada en una escisión histórica y perpetrada por un protagonismo, que bajo el obscurantismo de una clase dominante se asila sin encontrar el camino. El trazo en el tiempo es intermitente y la otra línea, la de un pueblo está en un hilo denso, que de forma continua sigue halando sus proyectos. Allí no hay una ruptura, solo existe un laberinto del tiempo. El gran reto en los movimientos sociales es un trayecto organizativo, con un papel de unidad y diferencias que respiren bajo un punto esencial, común: el poder político. Este siglo, es el de las movilizaciones sociales, trazado en rebeliones, bajo nuevas formas y lenguajes contra el tiempo. Es la tendencia de instrumentos sociales, un paso hacia lo nuevo, buscando y vertiendo nuevas rutas culturales y buscando la autenticidad propia. En este escenario los partidos de izquierda están ahogados en una conciliación espacio-temporal, para bajar al remanso de trasnochos mal vividos y sosteniéndose bajo la presencia y coqueteos de amores políticos. Una izquierda raída, que no tiene la capacidad de ahondar contra el conformismo, todo lo contrario lo retiene desde su incapacidad, no decanta una verdadera política pública a los intereses de lo popular. Concilian con una vida burgués y cómoda públicamente, solo excepciones logran salir, pero en un marco abierto no trascienden a la esfera de lo político hacia una ruta de lo público. Inmersos en un protagonismo extendido por la historia y al lado, bajo una interlocución con un heredado servilismo político de la clase dominante enclaustrado con los fines ruines del capitalismo.
Es necesario decir, ante esto -el actual parlamentarismo de izquierda, no tiene un acervo crítico en materia de política pública, tema que se encuentra inmerso todo un pueblo por la lucha de la sobrevivencia, en los tentáculos de la privatización que hace el gran capital. La repetición de un tiempo, la votación como condición aritmética, no es proponer. Sin duda, están más preocupado por las logias exponenciales de cortes aritméticos, de resultados que por el sentido del que-hacer político.
Existen enorme dificultades para trascender la realidad, hacia los planteamientos a modificar el orden de las cosas existentes. Ante ello, actualmente, el gran desafío está bajo el hilo de una memoria colectiva y política, seguramente con contradicciones y giros políticos internos, es generar nuevas rutas culturales y de gran significado de identidad política. Allí, los colectivos están de cara hacia la barbarie capitalista, contra la sombra perpetrada por una clase dominante que explota, somete y elimina bajo una seudo-democracia, limitada y atrapada en sus propios intereses. Sin duda, el siglo XXI, no es una adaptación hacia las viejas explotaciones de la tierra o a la repetición de represiones llevadas por ese mal, situado en un hilo histórico abrumador del capitalismo. Es el tiempo, en la continuación de nuevas rutas, de rebelión en el escenario por la defensa de los territorios, el medioambiente, la defensa de la explotación de los suelos, los nuevos cauces de identidad y la cultura bajo otras expresiones. La diferencia de un lugar, la aceptación de otros diferentes, en la lucha social imprimen la ruta del poder político. Es la alternativa que no está esencialmente en una representación parlamentaria, tibia, gaseosa, sino que yace en la capacidad de los sujetos políticos, por un mundo menos acechante y hacia un fin más revolucionario que permita una democracia más concebible y posible. El desafío de la lucha social, se extiende en la rebelión insustituible, desde adentro ante el cíclope histórico que obnubila, ante la barbarie del tiempo, en el destino de unos y el reto de otros- como escribiría Homero en su canto IX-
Los cíclopes no tratan de juntas ni saben de normas de justicia, las cumbres habitan de excelsas montañas, de sus cuevas haciendo mansión; cada cual da la ley a su esposa y sus hijos sin más y no piensa en los otros.
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[1] (Homero, 1993)
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